martes, 26 de enero de 2010

Túneles, de Gordon y Williams.

Jóvenes aspirantes a espeleólogos descubren un mundo subterráneo prácticamente ignorado hasta el momento, en el Londres actual. Ese podría ser el escueto resumen de un libro de literatura juvenil sin más ambición que la de crear una saga que sustituya a la doliente de Rawling y su Potter.
En un lenguaje ameno (con una buena traducción de Adolfo Muñoz) los autores, Gordon y Williams, nos hacen creer que la historia acabará con este libro. Pero no: parece que nos espera una secuela de libros a la caza, a su vez, de sus correspondientes películas infantiles y juveniles de ficción.
No merece un mínimo análisis un libro destinado a este fin, que solo busca el entretenimiento y el mercantilismo. No hay nada de novedoso acerca de este tema, ya utilizado en la literatura clásica (véase el Fantasma de la Ópera, de Leroux), salvo la incertidumbre del resultado final, que pudiera ser algo mejor que lo leído en esta primera entrega.
No se puede decir que destaque ningún personaje en especial, salvo los padres del protagonista, seres extraños, aunque menos que su hermana, una “cazadora” de primera categoría. El peor parado, su único amigo de la escuela, parece que tiene destinado un fin de mayor altura. Por otro lado, es intrigante el viaje de su padre a las profundidades, a las cloacas de las cloacas.
Este submundo, el subterráneo que alguna que otra vez nos hemos imaginado poblado de no se sabe qué seres extraños, es vislumbrado como la creación de un imaginativo mecenas de la época victoriana. Un mundo con reglas muy estrictas, muy cerrado no solo en cuanto a las normas se refiere, sino en el ambiente, logrando transmitir en algunos capítulos su atmósfera desoxigenada y opresiva. Eso y el tío del protagonista es lo único que destacaría de 300 páginas de lectura.
Esperando “ansiosamente” los sucesivos textos, solo espero que todos ellos caigan en las hábiles manos de un guionista de categoría que le saque el jugo a este tocho de Ediciones Urano, S.A.

domingo, 24 de enero de 2010

Operación Piraña

Mi amigo Javi es afortunado. Él estuvo allí, en Fuentes de León, en la Cueva del Agua, hace ya 25 años.

Cualquiera que se haya asomado siquiera a esta gruta inundada sabrá apreciar lo que pretendo explicar con palabras. Las sensaciones, en mi caso, han rozado lo psíquico. De hecho, siempre he pensado que quedarse en silencio y, si es posible, a solas, en una cueva, supone lo más parecido a la introversión que pueda desarrollarse de manera tan sencilla. Vamos, que meditar en una cueva es connatural.

¿Qué buscaba aquel maestro (José Luis Villares) de Badajoz llevando a sus chavales de excursión a la Cueva del Agua? Supongo que algo tan sencillo como hacerles sentir dueños de sí mismos en contacto con la naturaleza salvaje. Y probablemente no exista mejor entorno que éste, con el permiso de las altas montañas. Adentrarse por una gruta, arrastrarse por el suelo, badear el lago en una barca, respirar el aire húmedo y, quizá, imaginarse innumerables escenas de ciencia ficción protagonizadas por murciélagos o monstruos antediluvianos, fue la tarea "encomendada" a los impúberes.

Este maestro, que tanto estimuló el desarrollo mental y físico de su alumnado, es digno de recordar. El bagaje experimentado por sus chavales es más importante de lo que pudiéramos creer. Muy pocos pueden recordar y alardear de haber transitado un lago subterráneo y hádico, ver una colonia de murciélagos en su estado natural, tocar las estalactitas y coladas carbonatadas o apreciar los reflejos de las luces en el agua del lago. Y todo ello sin cuentos chinos que desvirtúen la realidad de la Naturaleza, vivencias únicas por ser personales, que han quedado implantadas en la memoria de aquellos niños (ya hombres) y ahora, en cierto modo, en la nuestra, porque esas cosas hay que compartirlas con los demás para darles el valor que tienen de verdad.

Mi reconocimiento para todos aquellos "maestros" que abren las puertas del conocimiento real, no virtual, a los niños. Y especialmente, para quien ideó la famosa "Operación Piraña", de Badajoz.

EREBUS

En la boca del lobo

¡Qué sensaciones tan contradictorias!
Así describiría la experiencia previa a la entrada en una cueva, sima o mina. Entrar en la oscuridad, lo desconocido, lo ignoto.
Se tilda de loco al espeleólogo por sumergirse en los efluvios telúricos de la Madre Tierra. Más bien sería un temerario, pues conocer los riesgos es estar prevenido contra ellos. Un buen espeleólogo debe siempre estar informado, preparado físicamente y mentalmente equilibrado para garantizar el éxito de la experiencia.
He conocido a unos cuantos aficionados y profesionales de esta materia y he de decir que suelen ser personas cuidadosas en muchos sentidos. La educación espeleológica se logra compartiendo la experiencia con los que saben más y si son profesionales, mejor. Mis compañeros de viaje por el queso gruyere cántabro se circunscribieron sustancialmente a los componentes del Speleo Club Cántabro. Ya en Extremadura, donde apenas existe afición, he compartido algunos buenos ratos con el equipo del GETA y de la Sociedad Espeleológica GES. Pero sobre todo con mis compañeros de la Junta de Extremadura y muy especialmente con "Francis" (Francisco Javier Fdez.-Amo), el espeleólogo extremeño más entusiasta.
A todos les doy las gracias. Y de ellos destacaría un factor primordial en mi aprendizaje, cual es la precaución, que he intentado transmitir a todos los que me han acompañado hasta la fecha y que no tenían tanta experiencia. Creo que es el mejor regalo que se puede dar a un compañero de aventuras, sean subterráneas o no. Las cuevas y las minas de interior no son lugares para el juego y la aventura gratuita.
La precaución es un concepto muy amplio y, en el caso de la espeleología, abarca la prudencia en un sentido general a la hora de desenvolverse por una cueva. Pero también el respeto por los lugareños y por su fauna y flora. Estos conceptos, que hoy en día parecen más connaturales que antaño, no son fáciles de enseñar ni aprender. El amor por la naturaleza facilita mucho el camino. Reconozco que en mi caso lo he tenido fácil. Pero no todo el mundo tiene esta oportunidad. Así que recomiendo que cualquiera que quiera aventurarse en el mundillo espeleológico, como deporte o como ciencia, lo haga de la mano de personas experimentadas, que las hay, también en Extremadura.
Suerte y buen viaje.
EREBUS