Nada se tienen que envidiar estas dos cavidades. Para empezar, no son simples grutas, sino museos vivos que hay que conservar. Los franceses tuvieron que cerrar Lascaux hace ya 50 años por culpa de los microorganismos que estaban deteriorando sus pinturas. En Cantabria (España) empezó a ocurrir lo mismo en Altamira, pero se atajó a tiempo el problema.
En Lascaux ahora solo vemos una réplica de la cueva original, con importantes pinturas de caballos y ciervos, fundamentalmente. También en Altamira solo podemos ver una réplica, que permite apreciar las características fundamentales de la cueva y, sobre todo, sus frescos de bisontes.
Sin entrar a debatir la primacía de una u otra, lo cierto es que la mejor manera de garantizar el futuro de las pinturas de ambas cavidades es mantenerlas cerradas al público. Los franceses lo tienen claro, mientras que los españoles empiezan a frivolizar el riesgo de pérdida (irreparable) de las pinturas.
Si bien las répicas no transmiten las mismas sensaciones que el original, no cabe duda que para el profano son suficiente reclamo para su interés, logrando el objetivo primordial de la divulgación científica y artística. Porque no olvidemos que ambas cuevas son museos de arte, antes de cuevas en sí mismas. La maravilla que atesoran debe preservarse el tiempo que sea necesario, mientras las copias nos permiten vislumbrar su majestuosidad.